domingo, 17 de junio de 2007

Caída al final de otra noche


Un pequeño cuento que me trajo algunas alegrías por allá por el 98, incluyendo un pequeño premio escolar que me entregó mi maestra Claudia Mery... buenos tiempos aquellos.

-Para todos aquellos que tropiezan
y no se atreven a levantarse-

En este momento no se que hacer. Lo más lógico sería soñar, dormir o creer. Creer por ejemplo que voy corriendo por las praderas, montañas y quebradas, sintiendo el viento en mi cara, azotando mis memorias, recuerdos inalcanzables, e imaginando mi teórica grandeza, o simplemente apurado debido a algo, a algo de lo que no estoy conciente. ¿Conciencia? incierto concepto que se borra de mi mente con la velocidad del viento, del tiempo, del ser. Estos escapes son clásicos dentro de mi vida y así, a veces, sueño que soy bueno, que no hay mayor pecado en mi que mi existencia, que no he hecho las cosas que he hecho, que no he sentido las cosas que he sentido, la sangre entre mis manos, los gemidos de dolor que se confunden con los de pasión en el interior de mi mente retorcida, la angustia de ser, tan literaria, tan existencialista, aunque a la vez todo lo contrario -¿o no?- con ansias de seguir vivo para continuar siendo un idiota, un maldito a quien odiar en las palabras de los justos. Ese soy yo y, aunque no me gusta, lo disfruto, pues soy yo. -Solo soy una estrella en un gran universo, pero soy yo y ese es un buen comienzo.-

Gustoso de no ser nadie, este ser desorientado decidió salir de su casa para poder hacer lo que a él más le gustaba, pues ya había llegado la noche, la hora en que los poetas escriben y los vampiros salen de sus tumbas y despliegan sus capas para demostrar su supuesto valor. La misma hora en que los hombres confunden sus variadas realidades, sus personalidades, sus sentidos, sus conciencias e incluso a su fe. Como cada vez que el sol se escondía, se paró frente a su casa, respiró profundamente y volvió a entrar, se encerró en el baño y empezó a cambiar su apariencia como al ritmo de un ritual siniestro. Cubrió su rostro con un par de aquellos polvos antes de aspirar los otros, le puso algo de color a sus mejillas y al finalizar pintó sus labios, párpados sensualmente al espejo, tiró un beso a su propia imagen y así ella se alejó, lista para vivir una noche más, sin pensar que para el día siguiente debería dejar de existir, como siempre lo hacía.

Al salir de su casa y mientras giraba la llave volvió a aquella creencia, a aquel mar de sueños que retomaba todo su sentido, aquella falta de conciencia, aquel dulce sabor a pureza, a nada, a ese encontrar el lado hermoso dentro de todo. Y se entera de que en todos lados es el mismo y actúa igual. Entonces, ¿Donde quedaba la supuesta dualidad?... Soñar que caminaba, corría y disfrutaba, era tan irreal como salir otra noche más, a vivir, con su instinto más sensual. Cuando ella volvió en si, se dio cuenta de que se encontraba en la mitad de una calle, aquella en que todos la llamaban "Lady", cuando ya se había olvidado del usual "Juan". Esa noche, así como en todas, tuvo una aventura más, en la que se vio envuelta en las sábanas de sangre, junto a un cuerpo inerte, solo por no haber sido capaz de darle todo el cariño que ella tanto necesitaba.

Entre lagrimas se dirigió a su casa y se acostó. Yo soy mejor, tengo aspiraciones, metas, deseos, pero me falta algo, algo más profundo, algo que me llene y quite a la vez de mis entrañas esas ansias de odiar, amenazar y matar... y se quedó dormido. Un sueño invadió su mente, uno que se asemejaba mucho a sus aspiraciones y visiones anteriores, es más, era casi igual a aquella idealización de su vida, pero algo extraño sucedía, ¿O no Juan?... ¿Donde estoy? Yo conozco este lugar, pero tengo miedo, hay algo extraño en él, algo raro cerca de mi, algo que...

Ocho horas habían pasado y él se despertó. El sudor frío corría por su frente y sus ojos se perdían en la mitad de la nada, del destino, de ese cuadro que colgaba de la pared hacía tanto tiempo y nadie le había hecho caso, ni el mismo Juan se había fijado en él y su belleza, hasta ahora, momento en el cual la visión era reconfortante, pues sabía que ya no podía confiar en sus sueños siquiera. En ese cuadro estaba todo lo que imaginó, todo lo que existe bajo mi súper-yo, es más, bajo mi yo. Levantarme fue complicado, es complicado, sería complicado y lo será. Aun estoy temblando y el asumir que debo moverme, es decir, que sigo vivo es algo que no quiero aceptar. Después de un rato el muchacho se paró y caminó por la casa, así como lo hacía cada vez que tan mal se sentía, así, casi tan mal como hoy.

Como todas las tardes se dirigió a su trabajo de medio tiempo en una pequeña pero renombrada agencia de publicidad, en la que diseñaba todo el material visual y descargaba sus ansias de belleza, de dinero, de poder. Y se sintió miserable, no aguantaba pensar, la imagen de ese cuadro, su sueño interrumpido por aquel miedo... y empezó a ver delante suyo como toda la naturaleza dejaba su verde, y él se sentía caminando en la mitad de la nada en que se hallaba. Este panorama no era para nada alentador, la soledad lo mataba, el terror lo acosaba y lo golpeaba materializándose en el fuerte viento que llenaba de arena sus ojos, ahora llorosos y adoloridos, y su piel quemada por el sol, desgarrándose por la fuerza de su corazón y la rigurosidad del desierto. Pero por alguna razón pensó que era una angustia más, y la dejó pasar. La angustia -como a él le gustaba llamarla- fue creciendo a lo largo del día, fue tomando forma y presionando, haciéndolo sufrir, razón por la cual mucha gente vio salir de los ojos de Juan esas lagrimas que se asomaban como sin querer dejarse mostrar, quizás por miedo a que la frialdad de algún corazón y su caída la rompa en miles de pequeños pedacitos que pasarían desapercibidos, que nadie notaría, nadie, ni siquiera la Lady, ni siquiera Juan. Debo concentrarme, pensaba Juan intentando trabajar en lo que podía significar su anhelado triunfo en la vida, aquella campaña que tanto le había costado inventar, idear, era simplemente genial y había sido creada por un muchacho de prometedores 24 años- ¿ ya les había dicho que tenía 24 años, no ?- lástima que no podía ser terminada, o por lo menos no por Juan, que veía en su diseño algo que no lo dejaba continuar su ahora accidentada obra maestra, que lo mezclaba a él con su antagonista nocturna, nunca le había sucedido algo así, nunca hasta ahora en que se perdió en aquellos cuidadosos trazos que su lápiz hacía de una manera descontrolada y ambiciosa al dibujar aquel sol minuciosamente detallado. Hacía calor y Juan seguía corriendo en el desierto, miraba hacia el cielo, buscando un dios, o por lo menos una nube que acariciar... y no la encontró, y se desesperó ante los raquíticos árboles secos y quiso llorar bajo la sombra de un sauce que como él se había perdido y no encontraba el camino a aquel lugar, y lloró.

Una vez en su casa Juan se sentía derrotado, acabado, triste y solo, entonces llegó la noche y repitió su adorado ritual al compás de la luna y se despidió de él, como si supiera que no se volvería a ver. Así ella se dirigió a las calles de la ciudad en busca de un poquito de amor, de ternura, de algo que le diera sentido a su vida y como todas las noches creyó encontrarlo, pero fue engañada, otra vez, en ese cuarto, de aquel motel, que difícil es. Y así siguió corriendo, dejando atrás a su sauce, alejándose cada vez más de aquella última oportunidad de tranquilidad, de paz. Y sintió que se caía, y efectivamente así fue, entre tantas emociones Lady no fue capaz de ver aquel acantilado, aquel abismo sin fondo divisable.

Al caer logró aferrarse de una raíz gruesa que salía de entre las piedras y quiso llorar, pero esta vez no pudo, tomó el arma así como tantas veces lo había hecho y asesinó allí mismo a aquel que en la cama la acompañaba, por no haberle dado el amor que ella necesitaba. Luego apuntó a su cabeza y miró a su alrededor, las sábanas blancas, ahora rojas por la sangre envolvían su cuerpo, y el calor era cada vez más fuerte, sus brazos no aguantaban el peso de su cuerpo, sus manos sudaban, cosa que no mejoraba la situación, y sus dedos adoloridos se preguntaban entre ellos cuánto más podían soportar, ella movió los pies buscando apoyo, pero en el abismo no hay tierra firme. Fue entonces cuando tomó la decisión, miró hacía el cielo por última vez, abrió sus manos y se dejó caer...... era el final de otra noche.

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