lunes, 25 de junio de 2007

Torre descontrol

Acá uno de mis favoritos. Dedicado a mi amada mujer, Caty, describe una emoción importante en mi vida y cómo fue que ella (la emoción y la mujer) me ayudó a salir de uno de mis momentos más dificiles. Es la segunda vez que lo hago público. La primera fue cuando lo pegué en varias paredes de TVN (donde trabajo) para dar algo de arte a nuestro entorno en un acto hasta ahora anonimo. Los invito a paladear las siguientes lineas.

La mirada del alma abre los brazos en pos del estremecimiento eterno
Y desde las alturas devuelvo a tus ojos la concavidad de sus comisuras
Quiero gritar que te amo y lo hago
Mas temo que el quinto viento no se haya enterado, y grito de nuevo
Cayendo al galope del latido constante por las quebradas de un beso
Con una almendra en la mano y una margarita fresca en la boca...
Torre de control, solicito permiso para aterrizar


Tu suave pecho elevado al plural desnuda mi angustia y derrama mi barba
Vaciando el espacio naciente y controlando el vuelo del pájaro que se eleva sobre mi caída
esparciéndose sobre tus delicadas sinuosidades con sus pupilas en las manos y mi almendra en los ojos,
mientras respiro tu calma y la falta de compostura,
Pues no le tengo miedo a las alturas, solo a las caídas
Torre de Control, libere una pista, se la pido de nuevo


El clamor se revela
La caída explota en las nubes que golpean mi rostro
Y tus dedos dibujan las formas inusuales... y los veo... sosteniendo la disminución del espacio que aprieta su aire bajo mi presencia
Y hace impredecible la imagen de mi inevitable dicha... y tu inevitable abrazo...
Torre de control... inevitable Torre descontrol


Amor deseoso de ser renombrado
Aromáticas almendras con sabor a margaritas frescas
Amor susceptible de ser modificado
Arboledas de caídas descontroladas y frondosas copas de quebradas y oquedades
Suturas del alma y su alma
Del cuerpo y su cuerpo
De carcajadas empalagosas del otro lado de la torre
Solicito permiso


El silencio se toma tu cuerpo
El arrebato de gloria domina el choque de las miradas
Escucho nuestra nada
Le ensendemos setenta y siete velas al patrono de las caídas y de los paracaídas
Gritamos hasta que el sordo quinto viento entienda, pero temo que el decimo no lo haga y grito de nuevo
Y así, sin más, aterriso....

... Torre descontrol, gracias por su permiso.

domingo, 24 de junio de 2007

Merlot

Y ahora algo de poesía. Una de las cosas emocionantes y mágicas de la voz poética es que el resultado, como obra, tiene valor en si mismo, olvidando al escritor y a quien alguna vez inspiró las lineas en cuestión. Este texto fue escrito hace unos cuatro años y forma parte de una recopilación que titulé "Cuerpos Celestes".


Hoy probé de tu copa,
las cuidadosas texturas se abrieron al relato universal,
las reconfortantes palabras se unieron a la mirada que todo lo abarca,
y tus realentados ojos dieron luz a una caricia, a sus texturas.


Recuerdo los dedos danzantes,
la piel conjugándose en tanto incompleta,
y el deseo mítico de llamarte por tu nombre.


He aquí la vida, he aquí mi ser.
En el banquete de todo aquello que no iba a ser dicho,
entre los manjares del segundo que no quiere ser olvidado, y que no lo será,
en el mismo centro del rítmico latir acompasado,
junto al sueño de admirarte al reconocer tu pasar.


Dame un instante,
toma tu copa fructosa y pruébala como si fuera el último acto.
Despídete de ella con un roce y una frase
y dale la oportunidad de volverse copa, de poder llenarse.

El roce es roce, la vida es vida,
Y la piel fue hecha para ser atraída.

sábado, 23 de junio de 2007

Edén

Y continúo con esta especie de obsesión de mirar hacia atrás. Este texto fue uno de mis primeros cuentos, de hecho el cuarto. A veces me pregunto si realmente en mi vida me sentía como mis textos dejan entrever. A todo esto, disculpen la copia al abogado de diablo, yo era chico.

En un comienzo Dios creó el mundo. El primer día le dio vida al mar y sus infinitos deseos. El segundo día hizo las montañas y las llanuras, el tercero las llenó de soledad, dolor, ternura y alegría. Para el cuarto ya los árboles habían florecido. El Quinto día hizo a los animales, pero algo faltaba y ,al llegar el sexto, cometió un error, y lo llamó Adán.

Que difícil es mirar al rededor y no saber donde se está tirado, aunque es como que lo hubiese estado haciendo desde siempre, lo que sea que yo esté haciendo. Ya basta, parece que estamos solos, yo y mi fiel compañera la soledad. Vagando por algún lugar en el medio de otro lugar, un bello paisaje, el azul del mar, del cielo, los cantos de aquellas aves que trinan sin parar, la suave danza que protagonizan el viento y su harém de árboles frondosos y flexibles. Todo esto es, en si mismo, un sentimiento, unas ganas de seguir viviendo, aquí y allá, en el edén con que la gente soñará en un futuro próximo, cercano del fin, y sentirán en sus cabezas el palpitar de aquel equivocado y estúpido proverbio de “todo tiempo pasado fue mejor”.

Aquí todo es claro, veo pájaros y animales que revolotean con un inseparable compañero de juegos y sueños. Pero ¿Que puede significar eso? ¿Acaso la soledad no es suficiente? Y si no lo es ¿Existe algo más adictivo y apreciable que mi querido sentimiento eterno? Y en ese momento, aún en el sexto día Dios duplicó su error, y, aunque la lección cumplió su cometido y no volvió a cometer otro, no pudo controlar a los existentes. El supremo ser tomo la arcilla en sus manos y modelo el cuerpo y alma del ser onírico y le dio vida. Ahora Adán tenía a alguien, una figura hasta ahora inimaginable para los inocentes y recién nacidos pensamientos de este ser atrapado en el cuerpo de humano, que, en ese momento, dejo su inocencia, pues le pidió más al creador de ésta nueva persona que era dueña de todas sus acciones, y así Adán se transformo en hombre, y la llamó Eva.

Siguió el camino por el que ella lo guiaba, dejando de lado a su Dios, a su creador, y luego a su soledad, y con ella aquel dulce sentimiento de disfrutar de algo tan simple, tan normal, tan amargo. Vio entre sus dedos todos sus deseos convertirse en realidad. Todos y descubrió nuevos, aún más bajos. En este momento, aquel ser superior quiso arreglar sus errores y tomó una decisión, les dio voluntad propia y les dejó decidir su futuro. Les dio un árbol de frutos hermosos y tentadores y les planteó su ley, el árbol no debía ser tocado. A la hora del amanecer ya era el séptimo día, y Dios descansó.

En este mundo hay pocas oportunidades y esta es una muy clara muestra, pero en mi está el tomarla o no, y, además ¿Para qué quiero más si la tengo a ella, a Eva? Este Adán es completo y no necesito más que estar con él, en el mismo lugar que él, respirando su mismo aire y sintiendo la fuerza de su ser. Somos dos personas que no necesitan más que ser juntos, sólo ser. Ellos son humanos, deben poder equivocarse. Nadie ni nada es perfecto, ni yo, aunque me cueste aceptarlo.

En los próximos segundos el maligno reptil se arrastro hacia los habitantes del lugar y les explicó cosas que sonaron bien, quizás demasiado. “Míralo, pero no lo toques. Tócalo, pero no lo pruebes. Pruébalo pero no lo disfrutes. Disfrútalo, pero no lo tragues.” Y con estas palabras confusas se dio a entender, y los incrédulos errores de un ser superior, atónitos ante la maravillosa oratoria del putrefacto ente, creyeron. Y si Dios ya se había equivocado ¿Por qué los hombres no?

Poeta Breve

Este texto fue escrito tras una conversación con el escritor Vargas de Vinatea, sobrino de Vargas Llosa, a quien le encantaba escribir cuentos de una línea. Yo tenía a penas 14 años y era un punky muy impresionable. Aun así, hay algo en este poder de sintesis que me parece apasionado y sensualmente atractivo.

Un poeta dijo que no sabía amar, yo leí sus versos, y caí a sus pies sin pensar.

martes, 19 de junio de 2007

Amnesia

El presente cuento era uno de mis favoritos cuando terminé su recorrección el año 99, tiene algo que me gusta y tiene que ver con las descripciones de los espacios físicos y oníricos. Disfrutenlo.

Levantarse un día sin saber nada, desconociendo hasta el nombre que por tantos años has llevado tatuado en algún rincón del cerebro, por acción de la gran máquina de la costumbre, habiendo olvidado tus alegrías y sufrimientos, como si se hubiesen desvanecido tras una cortina, que en si misma, es tan etérea como no recordada.

Esta historia no es mía, es más, no la escribí ni soñé. A decir verdad me limité a copiarla de un manuscrito que encontré en la biblioteca de mi casa. Quizás la escribió mi padre o mi abuelo, o mi bisabuelo en un momento de soledad. En realidad, no sé quien es el autor, pero sé que esta historia, cuento o vivencia –como sea que quieran llamarlo- me cautivó desde que vi la primera página del texto, en la cual se alcanzaba a leer algo que parecía ser una advertencia:

“Esto no es una historia de amor”

Advertencias como éstas no son muy comunes, y menos si se toma en cuenta que Mark hubiese dado la vida por Betty, y los lectores hubiesen llorado su descontento al pasar las páginas y con el correr del tiempo. ¿Quién hubiera pensado, que lo que se escondía tras las palabras era tan intenso, como el amor que se respiraba en cada lugar, en que esos 2 curiosos personajes eran observados por un omnipotente narrador, que solía confundirse con la voz interna de Mark, dada la curiosa técnica del escritor?

Así leí los primeros capítulos. Mark solía sentirse solo y pasaba sus días escondiéndose tras el gran poder que guardaban su pluma y tinta, su puño y letra, y aquel alto de hojas que yacía sin orden aparente, en una esquina del escritorio del cuartito del fondo, de su antigua casa de estilo campestre a las afueras de la ya asfixiante y modernizada ciudad. Su mente había creado las historias más espeluznantes y hasta el momento inenarrables, pero ésta vez se encontraba escribiendo una que empezó decorando y coloreando con los más variados matices del romanticismo, y el goce de aquel “Glorioso Sentimiento” del amor. Aquel “Glorioso Sentimiento”, manera con la cual le encantaba hacer referencia a la ya nombrada y muy famosa emoción, se adueño de su protagonista antes de que el mismo Mark pudiese evitarlo. Pero había un pequeño gran problema, la primera página de ésta genial obra estaba en blanco, ya que Mark se consideraba incapaz de escribir un comienzo digno para su historia. Pero eso no le quitó el sueño y continuó lo que por siempre en su familia sería motivo de orgullo.

Betty, por otra parte, era una mártir en su vestido rojo, incapaz tanto de concebir las ideas que pasaban por la mente del trastornado Mark, como de entender el sentimiento que golpeaba el pecho de su novio, cual maldición sacada de un cuento de caballería, en que el hidalgo sacrifica sus más sagradas posesiones para ir en búsqueda de su raptada y amada princesa. Esta inocente niña caminaba casi a ciegas por el mundo que habitaba su enamorado novio, y gozaba con los cuentos que él escribía, como sin darse cuenta que toda palabra expresada no era más que un reflejo de sus más profundos e incomprendidos deseos. Pasaba días tras un nuevo tejido o bordado, u horas tras el último numero de la superficial revista de modas a la que estaba suscrita, interesándose tanto o más en esa absurda lectura que en los relatos de su novio.

Mark tenía una extraña costumbre. Cada vez que terminaba un capítulo de una obra por su pluma encantada, iba a leérselo a su padre, el que descansaba siempre atento y sin contestar nada en el tercer pasillo del cementerio general. –el tercero de la derecha si lo quieren visitar- El padre de Mark, John Dracus, había sido un gran escritor en su tiempo –antes del accidente- y su hijo lo alababa tanto, que quería que fuese siempre él el primero en escuchar lo último que salía de su prodigiosa menta retorcida. Esta vez no fue la excepción.

Al llegar al cementerio, Mark caminó por los pasillos y le tocó presenciar un acercamiento al pasado de aquel señor que yacía en su lecho, siendo despedido por última vez. Como ya era de esperar, Betty se había negado a acompañarlo, diciendo cosas como que su cansancio era demasiado pesado como para atreverse a cargarlo -Definitivamente sus palabras fueron menos refinadas-. Mas, en realidad, sus motivaciones distaban mucho de relacionarse con algo así como el cansancio. Ella no podía entender la lúgubre afición de visitar ese según ella deprimente lugar. Pero Mark ya estaba acostumbrado y ya no esperaba que ella lo acompañara, es más, me atrevo a decir que no deseaba su cercanía en momentos de tan profundo significado para él. La razón por la cuál seguía preguntando era de seguro... ¿Cómo decirlo? –inercia- eso inercia, como si fuese algo tan natural como el mismo instinto de comer.

Al llegar a la tumba de su señor padre, le leyó aquél capítulo titulado “El dolor del silencio”, y continuó. El nudo en la garganta de Mark se había vuelto insoportable, así como el rojo elixir de no saber decir lo que quería decir. Pero en el fondo, no sólo las palabras eran pocas. El sentimiento se veía opacado por cada día, que tras otra noche se levantaba, tanto en el cielo como en su estrecho y sufrido pecho ensangrentado. Al parecer todo eso era necesario, no había otra manera de disfrutar ese delicioso instinto devastador, que como nada más en su vida era capaz de quedarse impregnado en su piel, fundiéndose en aquellas gotas de sudor frío que esta sensación solía hacer brotar de su poroso no ser. De esa manera su cabeza estaba siendo abordada brutalmente por dudas. Dudas... ¿Cómo definir eso? ...pues no sé, en realidad nadie nunca lo sabe. Lo único que Mark tendría presente sería que él tampoco sabía y no sería capaz de saber (o eso creo) nada más. Ese Mark, sí, ese Mark era tremendamente incomprensible e incomprendido, totalmente, y casi tanto como aquel ya nombrado nudo que oprimía su garganta. Moría (y digo bien) por poder contar al mundo lo que lo destruía, y debía empezar por Betty.

Al salir a la calle, la gran bola de acero de sus dolores y pesares lo mantuvo entre eternos giros apesadumbrados y vertiginosos, apuntando a su sien con el arma del querer olvidar y no poder. Las sensaciones eran sus carceleros, mas su prisión no le era identificable, desarmando su existencia. Entre mareos, quitó su vista de la avenida que ante él, monumentalmente, se levantaba hacia el horizonte. Ese fue el segundo, ese el momento exacto en que todo pasó. Los ruidos, los gritos, el pito del oficial a cargo, el llanto de una señora que aparentemente lo conocía, el tumulto, los bomberos, la sangre, el frío... el silencio total.

Mark abrió los ojos, pero ya no era Mark. El sonido de ciertas maquinas y sus beeps llegaban a ser molestos, y mi querido amigo sin nombre se dio cuenta de que estaba atrapado. Los tubos eran parte de él (o eso creía) y lo unían a un mundo en que seguramente había un pasado y un futuro, al menos así debía ser, pero ahora nadie sabía. De hecho, el Señor Anónimo no era una respuesta, y su jaula empezaba a hacerse notar.

Haciendo uso de los únicos sentidos que le quedaban libres de ataduras plásticas, miró a su alrededor. Se concentró en la mujer de rojo que hablaba con el Doctor y que parecía preocupada. AMNESIA... esa fue la palabra que ella pronunció. “Sí, y siendo optimistas, quizás ni siquiera se pueda volver a levantar, o hablar... usted sabe, sólo queda esperar.” Eso dijo el doctor.

¿No es curioso cómo es que una persona perdida en el tiempo y espacio, y que ha olvidado todo lazo entre él y el mundo, pueda entender el significado de una palabra tan compleja? Amnesia. ¿Eso es lo que tengo? Betty lo miró y asintió. El buen hombre sin nombre ni pasado vio aquellas gotas salir de sus ojos y resbalar por sus mejillas suaves, luego le preguntó por su nombre. Betty no fue capaz de aguantar ni Mark de entender, pero la vida fue así, sólo lo fue y nadie jamás sabrá por qué, ni siquiera el buen lector que como yo se encuentra sentado y confundido, preguntándose qué fue de aquel Mark que se encontraba leyendo una historia confusa a su padre. Pero mi padre no me respondió, y no me quejo, eso es parte de la magia del momento. Padre e hijo, somos todos uno.

Betty corrió por los pasillos del hospital hasta desaparecer de la vida de un hombre al que le faltaba conocer. No la culpo, yo no la quería como se supone que ella a mí, por lo menos no recuerdo hasta que punto...

...hasta que punto...

...punto...

¿Padre, no piensas que esta historia es una basura? Entre tanta dulzura empalagosa la expresión de mi ser se hace imposible. ¿Cuándo lograré ser como tú? Y diciendo estas palabras, Mark corrió por los pasillos del hospital, o quizás fue el cementerio general, hasta desaparecer de la vida de un hombre al que le faltaba conocer. Dejó, asustado, este según alguien deprimente lugar, mas no lo culpo, al menos él sabía que iba a casa.

Recuerdo mi temblor al acercarme a la puerta decidido a quemarlo todo... sí, viajo a través de mi singular amnesia y logro ver toda la casa en llamas, el dolor se repetía y yo, o alguno de los Marks, a estas alturas da lo mismo saberlo, estaba de rodillas gritando y llorando como un niño que no puede tener aquel ansiado juguete... y la casa se quemaba, y mi vida con ella. Cerré el libro queriendo encenderlo, y verlo arder como venganza, pero no fui capaz de hacerlo, pues recordaba todo lo que había olvidado, y mi dolor interior doblaba mis entrañas, sacándolas de mi y pisándolas, humillándolas, para arrodillarme ante mi verme humillado. ¿Qué otra manera habría sino de vivir? Por eso ruego al lector: Quema esto. Sí, tú que eres capaz de sufrir cada letra. Sí, tú, si es que eres capaz de sentirte como yo. (Perdón si me he sobrepasado.) Sí, usted, si es que tiene ganas de vivir. Queme esto y déjeme morir, déjeme descansar en el cementerio general, el tercer pasillo a la izquierda, por si me quieren visitar...

Debo aceptar que, tras leer aquel final, no comprendí mucho más que lo evidente. De esta manera, y a modo de advertencia, me limitaré a abrir el cuaderno en aquella primera y vacía página, y escribiré el resumen de mi vida, sueños, sentimientos y egos:

“Esto no es una historia de amor”

domingo, 17 de junio de 2007

Caída al final de otra noche


Un pequeño cuento que me trajo algunas alegrías por allá por el 98, incluyendo un pequeño premio escolar que me entregó mi maestra Claudia Mery... buenos tiempos aquellos.

-Para todos aquellos que tropiezan
y no se atreven a levantarse-

En este momento no se que hacer. Lo más lógico sería soñar, dormir o creer. Creer por ejemplo que voy corriendo por las praderas, montañas y quebradas, sintiendo el viento en mi cara, azotando mis memorias, recuerdos inalcanzables, e imaginando mi teórica grandeza, o simplemente apurado debido a algo, a algo de lo que no estoy conciente. ¿Conciencia? incierto concepto que se borra de mi mente con la velocidad del viento, del tiempo, del ser. Estos escapes son clásicos dentro de mi vida y así, a veces, sueño que soy bueno, que no hay mayor pecado en mi que mi existencia, que no he hecho las cosas que he hecho, que no he sentido las cosas que he sentido, la sangre entre mis manos, los gemidos de dolor que se confunden con los de pasión en el interior de mi mente retorcida, la angustia de ser, tan literaria, tan existencialista, aunque a la vez todo lo contrario -¿o no?- con ansias de seguir vivo para continuar siendo un idiota, un maldito a quien odiar en las palabras de los justos. Ese soy yo y, aunque no me gusta, lo disfruto, pues soy yo. -Solo soy una estrella en un gran universo, pero soy yo y ese es un buen comienzo.-

Gustoso de no ser nadie, este ser desorientado decidió salir de su casa para poder hacer lo que a él más le gustaba, pues ya había llegado la noche, la hora en que los poetas escriben y los vampiros salen de sus tumbas y despliegan sus capas para demostrar su supuesto valor. La misma hora en que los hombres confunden sus variadas realidades, sus personalidades, sus sentidos, sus conciencias e incluso a su fe. Como cada vez que el sol se escondía, se paró frente a su casa, respiró profundamente y volvió a entrar, se encerró en el baño y empezó a cambiar su apariencia como al ritmo de un ritual siniestro. Cubrió su rostro con un par de aquellos polvos antes de aspirar los otros, le puso algo de color a sus mejillas y al finalizar pintó sus labios, párpados sensualmente al espejo, tiró un beso a su propia imagen y así ella se alejó, lista para vivir una noche más, sin pensar que para el día siguiente debería dejar de existir, como siempre lo hacía.

Al salir de su casa y mientras giraba la llave volvió a aquella creencia, a aquel mar de sueños que retomaba todo su sentido, aquella falta de conciencia, aquel dulce sabor a pureza, a nada, a ese encontrar el lado hermoso dentro de todo. Y se entera de que en todos lados es el mismo y actúa igual. Entonces, ¿Donde quedaba la supuesta dualidad?... Soñar que caminaba, corría y disfrutaba, era tan irreal como salir otra noche más, a vivir, con su instinto más sensual. Cuando ella volvió en si, se dio cuenta de que se encontraba en la mitad de una calle, aquella en que todos la llamaban "Lady", cuando ya se había olvidado del usual "Juan". Esa noche, así como en todas, tuvo una aventura más, en la que se vio envuelta en las sábanas de sangre, junto a un cuerpo inerte, solo por no haber sido capaz de darle todo el cariño que ella tanto necesitaba.

Entre lagrimas se dirigió a su casa y se acostó. Yo soy mejor, tengo aspiraciones, metas, deseos, pero me falta algo, algo más profundo, algo que me llene y quite a la vez de mis entrañas esas ansias de odiar, amenazar y matar... y se quedó dormido. Un sueño invadió su mente, uno que se asemejaba mucho a sus aspiraciones y visiones anteriores, es más, era casi igual a aquella idealización de su vida, pero algo extraño sucedía, ¿O no Juan?... ¿Donde estoy? Yo conozco este lugar, pero tengo miedo, hay algo extraño en él, algo raro cerca de mi, algo que...

Ocho horas habían pasado y él se despertó. El sudor frío corría por su frente y sus ojos se perdían en la mitad de la nada, del destino, de ese cuadro que colgaba de la pared hacía tanto tiempo y nadie le había hecho caso, ni el mismo Juan se había fijado en él y su belleza, hasta ahora, momento en el cual la visión era reconfortante, pues sabía que ya no podía confiar en sus sueños siquiera. En ese cuadro estaba todo lo que imaginó, todo lo que existe bajo mi súper-yo, es más, bajo mi yo. Levantarme fue complicado, es complicado, sería complicado y lo será. Aun estoy temblando y el asumir que debo moverme, es decir, que sigo vivo es algo que no quiero aceptar. Después de un rato el muchacho se paró y caminó por la casa, así como lo hacía cada vez que tan mal se sentía, así, casi tan mal como hoy.

Como todas las tardes se dirigió a su trabajo de medio tiempo en una pequeña pero renombrada agencia de publicidad, en la que diseñaba todo el material visual y descargaba sus ansias de belleza, de dinero, de poder. Y se sintió miserable, no aguantaba pensar, la imagen de ese cuadro, su sueño interrumpido por aquel miedo... y empezó a ver delante suyo como toda la naturaleza dejaba su verde, y él se sentía caminando en la mitad de la nada en que se hallaba. Este panorama no era para nada alentador, la soledad lo mataba, el terror lo acosaba y lo golpeaba materializándose en el fuerte viento que llenaba de arena sus ojos, ahora llorosos y adoloridos, y su piel quemada por el sol, desgarrándose por la fuerza de su corazón y la rigurosidad del desierto. Pero por alguna razón pensó que era una angustia más, y la dejó pasar. La angustia -como a él le gustaba llamarla- fue creciendo a lo largo del día, fue tomando forma y presionando, haciéndolo sufrir, razón por la cual mucha gente vio salir de los ojos de Juan esas lagrimas que se asomaban como sin querer dejarse mostrar, quizás por miedo a que la frialdad de algún corazón y su caída la rompa en miles de pequeños pedacitos que pasarían desapercibidos, que nadie notaría, nadie, ni siquiera la Lady, ni siquiera Juan. Debo concentrarme, pensaba Juan intentando trabajar en lo que podía significar su anhelado triunfo en la vida, aquella campaña que tanto le había costado inventar, idear, era simplemente genial y había sido creada por un muchacho de prometedores 24 años- ¿ ya les había dicho que tenía 24 años, no ?- lástima que no podía ser terminada, o por lo menos no por Juan, que veía en su diseño algo que no lo dejaba continuar su ahora accidentada obra maestra, que lo mezclaba a él con su antagonista nocturna, nunca le había sucedido algo así, nunca hasta ahora en que se perdió en aquellos cuidadosos trazos que su lápiz hacía de una manera descontrolada y ambiciosa al dibujar aquel sol minuciosamente detallado. Hacía calor y Juan seguía corriendo en el desierto, miraba hacia el cielo, buscando un dios, o por lo menos una nube que acariciar... y no la encontró, y se desesperó ante los raquíticos árboles secos y quiso llorar bajo la sombra de un sauce que como él se había perdido y no encontraba el camino a aquel lugar, y lloró.

Una vez en su casa Juan se sentía derrotado, acabado, triste y solo, entonces llegó la noche y repitió su adorado ritual al compás de la luna y se despidió de él, como si supiera que no se volvería a ver. Así ella se dirigió a las calles de la ciudad en busca de un poquito de amor, de ternura, de algo que le diera sentido a su vida y como todas las noches creyó encontrarlo, pero fue engañada, otra vez, en ese cuarto, de aquel motel, que difícil es. Y así siguió corriendo, dejando atrás a su sauce, alejándose cada vez más de aquella última oportunidad de tranquilidad, de paz. Y sintió que se caía, y efectivamente así fue, entre tantas emociones Lady no fue capaz de ver aquel acantilado, aquel abismo sin fondo divisable.

Al caer logró aferrarse de una raíz gruesa que salía de entre las piedras y quiso llorar, pero esta vez no pudo, tomó el arma así como tantas veces lo había hecho y asesinó allí mismo a aquel que en la cama la acompañaba, por no haberle dado el amor que ella necesitaba. Luego apuntó a su cabeza y miró a su alrededor, las sábanas blancas, ahora rojas por la sangre envolvían su cuerpo, y el calor era cada vez más fuerte, sus brazos no aguantaban el peso de su cuerpo, sus manos sudaban, cosa que no mejoraba la situación, y sus dedos adoloridos se preguntaban entre ellos cuánto más podían soportar, ella movió los pies buscando apoyo, pero en el abismo no hay tierra firme. Fue entonces cuando tomó la decisión, miró hacía el cielo por última vez, abrió sus manos y se dejó caer...... era el final de otra noche.

sábado, 16 de junio de 2007

Miedo

El siguiente es un cuento escrito por allá por 1996, teniendo yo más menos 14 años (o quizás 15) no es lo más antiguo, pero es por lo que quiero empezar. La selección se debe, en parte, a que hay algo del sentimiento relacionado a este texto que es transversal en mi vida, y por otro lado, porque está tan lleno de tropiezos técnicos y errores de escritura que lo hacen interesante como punto de partida. Disfrutenlo y ojalá vean detrás de la mala prosa.

Es tan difícil distinguir la verdad de la mentira en este mundo. Abro la puerta del baño y salgo corriendo por el pasillo blanco escapando no se de que.

Siento que algo me come por dentro, surgiendo de la nada misma y quemando como aquel fuego de antaño, subfuego. Doy un grito de desesperación y pienso, no se adonde voy ni de donde vengo... diviso una luz a lo lejos, muy lejos entre inalcanzables figuras de cera viviente. Corro hacia ella pero nunca llego, mis latidos se aceleran al son de una tonada inerte y mi mano derecha tiembla al no tener el mango bajo control, luego el dolor, y me duermo.

Siento algo frío en la espalda, un objeto largo, helado y sufrible (Verdad, no tenía el mango en la mano). El acero atravesaba mi cuerpo y alguien lo empuñaba. Sí, y se reía a carcajadas de mi al paso de la sangre en su resbalar por el brillante material. Ahora corre...sí...corre hasta que lo pierdo de vista mientras trago la vida y muero. Siento frío y por fin me doy cuenta de lo sucedido.

Disfrutando de los últimos momentos pienso en mi corta vida, y concluyo que he dejado de hacer más cosas de las que he hecho. Intento encontrar aquellas imágenes que se supone te invaden y demuestran la existencia de esa divinidad tantas veces negada, pero no están, quizás la función ha terminado. El miedo inunda mi ser pero ya es muy tarde, o muy temprano tal vez. Mi sangre clama piedad a mis recuerdos, que esforzándose me arropan y cantan intentando hacerme dormir por última vez. Mi cuerpo yace apoyado en la pared mientras mis manos sujetan la empañadura, como intentando sacarla del lugar en que se encuentra, entre el ardor de mi alma y el dolor de mi ser ( o tal vez sólo en mi estómago ).

Yo despierto y doy otro gran grito...otro... era una pesadilla, otra más. La rapidez de los sucesos difícilmente nos deja darnos cuenta de lo nos pasa. Cada vez que despertamos intuimos que nuestros recuerdos son irrealidades, pero sólo en sus sueños es el hombre realmente sincero. Es una lastima que lo sepa y no lo quiera entender. Corro al baño y me mojo la cara en un intento desesperado por ser feliz, o despertar bien.

Es tan difícil distinguir la verdad de la mentira en este mundo, abro la puerta y salgo corriendo por el pasillo blanco escapando no se de qué...

¿ De mí ?...

Inicio

Hay cosas de la vida que uno suele olvidar. De alguna manera tengo la gran sensación de que ese es el motivo por el cual el ser humano aprendió a escribir, escondiendose en la esperanza de que las palabras volverían a ser llevadas lejos por el viento.

En este espacio reviviré viejos escritos, cosas que cuando se leen, olvidan a recordar.

Un abrazo a los lectores,
Lalo... nopodemosermenos

"Bajo la linea del www.fotolog.com/nopodemosermenos y www.flickr.com/photos/48746256@N00/"