martes, 19 de junio de 2007

Amnesia

El presente cuento era uno de mis favoritos cuando terminé su recorrección el año 99, tiene algo que me gusta y tiene que ver con las descripciones de los espacios físicos y oníricos. Disfrutenlo.

Levantarse un día sin saber nada, desconociendo hasta el nombre que por tantos años has llevado tatuado en algún rincón del cerebro, por acción de la gran máquina de la costumbre, habiendo olvidado tus alegrías y sufrimientos, como si se hubiesen desvanecido tras una cortina, que en si misma, es tan etérea como no recordada.

Esta historia no es mía, es más, no la escribí ni soñé. A decir verdad me limité a copiarla de un manuscrito que encontré en la biblioteca de mi casa. Quizás la escribió mi padre o mi abuelo, o mi bisabuelo en un momento de soledad. En realidad, no sé quien es el autor, pero sé que esta historia, cuento o vivencia –como sea que quieran llamarlo- me cautivó desde que vi la primera página del texto, en la cual se alcanzaba a leer algo que parecía ser una advertencia:

“Esto no es una historia de amor”

Advertencias como éstas no son muy comunes, y menos si se toma en cuenta que Mark hubiese dado la vida por Betty, y los lectores hubiesen llorado su descontento al pasar las páginas y con el correr del tiempo. ¿Quién hubiera pensado, que lo que se escondía tras las palabras era tan intenso, como el amor que se respiraba en cada lugar, en que esos 2 curiosos personajes eran observados por un omnipotente narrador, que solía confundirse con la voz interna de Mark, dada la curiosa técnica del escritor?

Así leí los primeros capítulos. Mark solía sentirse solo y pasaba sus días escondiéndose tras el gran poder que guardaban su pluma y tinta, su puño y letra, y aquel alto de hojas que yacía sin orden aparente, en una esquina del escritorio del cuartito del fondo, de su antigua casa de estilo campestre a las afueras de la ya asfixiante y modernizada ciudad. Su mente había creado las historias más espeluznantes y hasta el momento inenarrables, pero ésta vez se encontraba escribiendo una que empezó decorando y coloreando con los más variados matices del romanticismo, y el goce de aquel “Glorioso Sentimiento” del amor. Aquel “Glorioso Sentimiento”, manera con la cual le encantaba hacer referencia a la ya nombrada y muy famosa emoción, se adueño de su protagonista antes de que el mismo Mark pudiese evitarlo. Pero había un pequeño gran problema, la primera página de ésta genial obra estaba en blanco, ya que Mark se consideraba incapaz de escribir un comienzo digno para su historia. Pero eso no le quitó el sueño y continuó lo que por siempre en su familia sería motivo de orgullo.

Betty, por otra parte, era una mártir en su vestido rojo, incapaz tanto de concebir las ideas que pasaban por la mente del trastornado Mark, como de entender el sentimiento que golpeaba el pecho de su novio, cual maldición sacada de un cuento de caballería, en que el hidalgo sacrifica sus más sagradas posesiones para ir en búsqueda de su raptada y amada princesa. Esta inocente niña caminaba casi a ciegas por el mundo que habitaba su enamorado novio, y gozaba con los cuentos que él escribía, como sin darse cuenta que toda palabra expresada no era más que un reflejo de sus más profundos e incomprendidos deseos. Pasaba días tras un nuevo tejido o bordado, u horas tras el último numero de la superficial revista de modas a la que estaba suscrita, interesándose tanto o más en esa absurda lectura que en los relatos de su novio.

Mark tenía una extraña costumbre. Cada vez que terminaba un capítulo de una obra por su pluma encantada, iba a leérselo a su padre, el que descansaba siempre atento y sin contestar nada en el tercer pasillo del cementerio general. –el tercero de la derecha si lo quieren visitar- El padre de Mark, John Dracus, había sido un gran escritor en su tiempo –antes del accidente- y su hijo lo alababa tanto, que quería que fuese siempre él el primero en escuchar lo último que salía de su prodigiosa menta retorcida. Esta vez no fue la excepción.

Al llegar al cementerio, Mark caminó por los pasillos y le tocó presenciar un acercamiento al pasado de aquel señor que yacía en su lecho, siendo despedido por última vez. Como ya era de esperar, Betty se había negado a acompañarlo, diciendo cosas como que su cansancio era demasiado pesado como para atreverse a cargarlo -Definitivamente sus palabras fueron menos refinadas-. Mas, en realidad, sus motivaciones distaban mucho de relacionarse con algo así como el cansancio. Ella no podía entender la lúgubre afición de visitar ese según ella deprimente lugar. Pero Mark ya estaba acostumbrado y ya no esperaba que ella lo acompañara, es más, me atrevo a decir que no deseaba su cercanía en momentos de tan profundo significado para él. La razón por la cuál seguía preguntando era de seguro... ¿Cómo decirlo? –inercia- eso inercia, como si fuese algo tan natural como el mismo instinto de comer.

Al llegar a la tumba de su señor padre, le leyó aquél capítulo titulado “El dolor del silencio”, y continuó. El nudo en la garganta de Mark se había vuelto insoportable, así como el rojo elixir de no saber decir lo que quería decir. Pero en el fondo, no sólo las palabras eran pocas. El sentimiento se veía opacado por cada día, que tras otra noche se levantaba, tanto en el cielo como en su estrecho y sufrido pecho ensangrentado. Al parecer todo eso era necesario, no había otra manera de disfrutar ese delicioso instinto devastador, que como nada más en su vida era capaz de quedarse impregnado en su piel, fundiéndose en aquellas gotas de sudor frío que esta sensación solía hacer brotar de su poroso no ser. De esa manera su cabeza estaba siendo abordada brutalmente por dudas. Dudas... ¿Cómo definir eso? ...pues no sé, en realidad nadie nunca lo sabe. Lo único que Mark tendría presente sería que él tampoco sabía y no sería capaz de saber (o eso creo) nada más. Ese Mark, sí, ese Mark era tremendamente incomprensible e incomprendido, totalmente, y casi tanto como aquel ya nombrado nudo que oprimía su garganta. Moría (y digo bien) por poder contar al mundo lo que lo destruía, y debía empezar por Betty.

Al salir a la calle, la gran bola de acero de sus dolores y pesares lo mantuvo entre eternos giros apesadumbrados y vertiginosos, apuntando a su sien con el arma del querer olvidar y no poder. Las sensaciones eran sus carceleros, mas su prisión no le era identificable, desarmando su existencia. Entre mareos, quitó su vista de la avenida que ante él, monumentalmente, se levantaba hacia el horizonte. Ese fue el segundo, ese el momento exacto en que todo pasó. Los ruidos, los gritos, el pito del oficial a cargo, el llanto de una señora que aparentemente lo conocía, el tumulto, los bomberos, la sangre, el frío... el silencio total.

Mark abrió los ojos, pero ya no era Mark. El sonido de ciertas maquinas y sus beeps llegaban a ser molestos, y mi querido amigo sin nombre se dio cuenta de que estaba atrapado. Los tubos eran parte de él (o eso creía) y lo unían a un mundo en que seguramente había un pasado y un futuro, al menos así debía ser, pero ahora nadie sabía. De hecho, el Señor Anónimo no era una respuesta, y su jaula empezaba a hacerse notar.

Haciendo uso de los únicos sentidos que le quedaban libres de ataduras plásticas, miró a su alrededor. Se concentró en la mujer de rojo que hablaba con el Doctor y que parecía preocupada. AMNESIA... esa fue la palabra que ella pronunció. “Sí, y siendo optimistas, quizás ni siquiera se pueda volver a levantar, o hablar... usted sabe, sólo queda esperar.” Eso dijo el doctor.

¿No es curioso cómo es que una persona perdida en el tiempo y espacio, y que ha olvidado todo lazo entre él y el mundo, pueda entender el significado de una palabra tan compleja? Amnesia. ¿Eso es lo que tengo? Betty lo miró y asintió. El buen hombre sin nombre ni pasado vio aquellas gotas salir de sus ojos y resbalar por sus mejillas suaves, luego le preguntó por su nombre. Betty no fue capaz de aguantar ni Mark de entender, pero la vida fue así, sólo lo fue y nadie jamás sabrá por qué, ni siquiera el buen lector que como yo se encuentra sentado y confundido, preguntándose qué fue de aquel Mark que se encontraba leyendo una historia confusa a su padre. Pero mi padre no me respondió, y no me quejo, eso es parte de la magia del momento. Padre e hijo, somos todos uno.

Betty corrió por los pasillos del hospital hasta desaparecer de la vida de un hombre al que le faltaba conocer. No la culpo, yo no la quería como se supone que ella a mí, por lo menos no recuerdo hasta que punto...

...hasta que punto...

...punto...

¿Padre, no piensas que esta historia es una basura? Entre tanta dulzura empalagosa la expresión de mi ser se hace imposible. ¿Cuándo lograré ser como tú? Y diciendo estas palabras, Mark corrió por los pasillos del hospital, o quizás fue el cementerio general, hasta desaparecer de la vida de un hombre al que le faltaba conocer. Dejó, asustado, este según alguien deprimente lugar, mas no lo culpo, al menos él sabía que iba a casa.

Recuerdo mi temblor al acercarme a la puerta decidido a quemarlo todo... sí, viajo a través de mi singular amnesia y logro ver toda la casa en llamas, el dolor se repetía y yo, o alguno de los Marks, a estas alturas da lo mismo saberlo, estaba de rodillas gritando y llorando como un niño que no puede tener aquel ansiado juguete... y la casa se quemaba, y mi vida con ella. Cerré el libro queriendo encenderlo, y verlo arder como venganza, pero no fui capaz de hacerlo, pues recordaba todo lo que había olvidado, y mi dolor interior doblaba mis entrañas, sacándolas de mi y pisándolas, humillándolas, para arrodillarme ante mi verme humillado. ¿Qué otra manera habría sino de vivir? Por eso ruego al lector: Quema esto. Sí, tú que eres capaz de sufrir cada letra. Sí, tú, si es que eres capaz de sentirte como yo. (Perdón si me he sobrepasado.) Sí, usted, si es que tiene ganas de vivir. Queme esto y déjeme morir, déjeme descansar en el cementerio general, el tercer pasillo a la izquierda, por si me quieren visitar...

Debo aceptar que, tras leer aquel final, no comprendí mucho más que lo evidente. De esta manera, y a modo de advertencia, me limitaré a abrir el cuaderno en aquella primera y vacía página, y escribiré el resumen de mi vida, sueños, sentimientos y egos:

“Esto no es una historia de amor”

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