Aparte del tercer capítulo de "Las Sandalias de San Francisco", el cual estoy buscando entre mis notas, el presente es de los pocos escritos antiguos que aun quiero recuperar. Es icono de una época, representa cierta emocionalidad relacionada a mi adolescencia (que no fue más dificil que las de los demás, sino que simplemente fue) y que me llenó de orgullo en su momento, a pesar del capítulo final, el cual se desinfla en el intento de escusarme por escribir lo que escribía. Con el tiempo aprendí que no es bueno perder el tiempo pidiendo perdón. Tal como escribí alguna vez "dejé de ser yo cuando me pedí permiso para serlo."I Veo el fin de todo tras la sagrada mano que se supone no odia,
siento la picazón de la dulzura tejiendo el falso camino hacia atrás, el primero.
Creo que no quedan más preguntas sin formular,
y aseguro que no hay ninguna que satisfactoriamente haya sido respondida.
No hay realidad lejos del fuego que nos moldea,
no hay más caminos no transitados marcados por nadie,
no hay vías de escape ante el cataclismo de emociones que clandestinamente cubren el cielo ante nuestros ojos,
si, nuestros, no vuestros,
eternamente muertos
tras la mirada que exagera el sufrimiento
yo grito, yo miento,
y vuelvo a ver los dedos que manipulan el horizonte,
muerte al sol...
no más lunas.
Ante nuestra debilidad nuestras fortalezas se rinden,
y dejamos de ser poetas,
cantamos a la muerte y a su doble y enfermiza cara.
Yo conmigo, análogamente nos cubrimos el uno al otro,
y cada plural no es más que la repetición desesperada de mi loco ser intranquilo
que serenamente camina al vacío,
tras los continentes conocidos,
en ese lugar en que, por fin, el mar no es mar,
y el romántico profeta llora sus gotas de sentimiento,
y nosotros nos reímos a bocanadas de Fuego ante su estupidez.
Pobre ser iluso que creyó en sus recuerdos.
No hay más tras la mano que creemos no odia.
No hay más tras las famélicas voces que pútridas caen ante mis omnipotentes ojos,
insomnes y atrapadas en el sopor de la dulzura que me rodea en mi aislada bola de cristal,
y yo sigo aquí,
ahíto ante lo que veo y siento,
adolorido por lo que creo haber percibido y, aun peor, olvidado,
sumergido en el gran mar de lo que nunca fue mío,
de lo que tomé por la fuerza.
Contando el paso del viento tras los días, noches, meses, años, cubierto por la frazada del antiguo ser o no ser.
II
La noche era oscura y mi cara ambigua,
la nada carcomía el eterno preguntar de la segunda metamorfosis,
el dolor consumía mis ideas atolondradas,
la cura de mis males, el sufrimiento de otros.
Y así cargo con el falso mártir que profesa y calumnia,
y de esta manera soporto mi ser atascado en el medio del muelle de los hombres.
Nunca me gustó el pescado y debí comerlo,
nunca los caballos y debí montarlos,
jamás la vida y debí vivirla.
Una sonrisa, mi gran farsa,
una palabra, mi inexpresividad absoluta,
lo que leo es mío y lo que escribo, un plagio,
los que me conocen no saben quien soy y los demás lo intuyen.
No hay más en mí que herejías y filosofías equivocadas.
Declaro que soy mi única cruz,
la única verdaderamente pesada
y perdiendo lo que me queda de orgullo
le pido al carruaje eterno que me la lleve.
Nunca me gustaron los carruajes, pero éste debí tomarlo,
nunca quise el vino de tus olivos, pero lo bebí hasta el cansancio,
hasta la ebriedad.
Ya lo he dicho y lo repito,
al que me crea lo odiaré,
y al que me odie, amaré con locura.
Así es la farsa que tras la fachada se levanta
plasmando la eternidad en el cuadro del diario vivir,
y olvidando lo que, según alguien era importante,
y ese alguien soy yo.
III
Escupo en sus caras bestias del aberno,
no son dignas del sufrimiento y sus tres coronas,
se hacen llamar hombres, mujeres y niños
y rodean mi existencia ahogándome con su estupidez.
No soy yo ni son ustedes,
es la raza,
el precio del ser humano,
híbrido del mal y de lo que creemos es bueno,
lucha continua entre la mentira y lo que no lo es tanto.
Ya dejaron de vivir sus vidas y creyeron que la mía era la siguiente,
pero traigo malas noticias, como siempre,
yo ya soy vivido.
Lo soy por la nada y la bendición de sus pétalos caídos,
lo soy por mis sueños que se elevan al infinito,
el cielo no es el límite,
y ustedes no quieren entender.
Los reto a levantarse de sus cenizas,
los reto a imitar al ave de los grandes,
no pueden igualar a lo falsos imperfectos,
somos pocos pero somos,
ustedes muchos, pero nada.
Escucho sus voces en los pasillos,
sus estólidas risas y sus amargos llantos,
no viven lo que dicen, no viven como dicen,
se sumergen en su muerte día a día, y no lo saben,
no lo aceptan y se pudren junto con sus patéticas y Alentadoras palabras de Aliento,
me dan nauseas con su existencia... y los envidio.
Soy un mediocre y no se han dado cuenta,
su inferioridad reprime su teórico intelecto,
he ahí la dualidad que batalla en sus cerebros,
simples trozos de carne que morirían en uno de mis almuerzos.
IV
Aquí me encuentro en el más alto pedestal, vanagloriado,
he aquí yo con mi intelecto retorcido en el cuarto cielo,
siendo admirado en el cuarto infierno.
Envídienme pues soy lo peor,
adórenme pues crezco en el olimpo mismo,
denme las manos los que quieran salvarse,
desilucionense más tarde ante mi mediocridad,
tarde será para mí,
la suerte ya estará tirada.
El futuro es paralelo e inexistente,
el dolor, un pedazo de lo desconocido.
Acérquense a mi y den el paso,
párense a mi lado y caigan al vacío,
imitemos al pájaro herido que cae sin poderse resistir ante las insuperables fuerzas de la
madre naturaleza.
He aquí todos
en su constante y reciproco desamor,
tragando la sangre de las heridas ajenas,
movidas por las olas no propias.
He aquí yo con mis mentiras,
la verdad universal.
Todo es nada y si me hablas no escucho.
No hay más muertes que las que eres capaz de entender,
y yo las entiendo todas,
y todas las he vivido,
entre los pasos del inmutable tiempo que risueño me mira,
pues sabe que mi mascara es eterna
y conocen también mi realidad.
No hay nadie más falso que yo,
y me pongo a sus pies a recibir preguntas,
y ustedes se abalanzan a los míos cuando yo se las respondo.
Soy insuperable y estúpido
el mundo me llama así y así mismo me ama,
y yo a él ni lo llamo.
V
Nací del río y de la tierra pura,
crecí entre los matorrales de sagrados verdes,
empecé a educarme en el mismo cielo terrenal,
y no aguanté la tentación.
Mientras más arriba te pares,
más fuerte y dolorosa será tu caída,
la mía,
aquella que revivo tras cada recuerdo del ya nombrado Olimpo,
al margen de toda preocupación,
estética o moral.
No hay más opciones así como nunca las hubo.
la razón es al hombre como la vida a mi persona,
dura y pesada carga que podría llegar a ser dulce.
Tan dulce como el odio que siento,
todo el odio que en mí vive sin dormir.
Si pudiera resumirlo en una palabra,
gritaría mi nombre.
Si mi desesperación fuera real,
enloquecería tras los filósofos que mi espalda golpean,
tragando el fuego que sé no existe,
más que en mi mente,
más que en lo más sagrado e innombrable de mi ser estúpido y lento,
que ve pasar la genialidad del mundo en carruaje de oro,
y no quiere subir.
No hay bien que por mal no venga,
y mi mente confunde mi irrealidad.
VI
Odiar es amar al dolor.
Odia es querer ser mejor en su máxima expresión.
Todos nos retorcemos desde el mismo día en que vimos la luz por primera vez,
todos gritamos y odiamos,
tanto como queremos y amamos.
La dulzura nos embarga,
nos llena de insatisfacción,
pero somos la imagen natural de cómo nacimos,
de cómo nunca quisimos ser.
Nadie ama al dolor tanto como dice,
nadie añora mejorar,
nadie se retuerce después de muerto,
y yo, en realidad, no estoy acostumbrado a odiar.
Esta biografía es un tratado,
el cielo, la tierra y mi mar,
es todo en cuanto pienso,
y descargo ante él mi odio al ser.
Las olas son las vidas,
aquellas que en mi odio deseo vivir,
son ajenas, pues no son mías,
quiero todo menos mi yo.
Así es la vida en el papel,
así los días han de pasar,
soy culpable de todo cargo
e inocente de cada injuria que yo mismo me levanto.
Calumnias, a la hoguera,
y de ésta no me salvo,
soy culpable de mi muere,
y eso se que debo pagarlo.