Hace más de
20 años que no vivía con mi viejo. De ellos, los hubo de muchos colores y
sabores. Hubo años buenos y malos, hubo discusiones y muchísimos encuentros.
Pero lejos, lo que más hubo fue la historia maravillosa que juntos construimos. Vivir esa historia fue increíble, desde esos tiempos en que para comunicarnos
escribíamos largas cartas que mandábamos con quien viajara de Santiago a Lima. Por esos días uno se contaba de todo. Se sabía que la próxima vez en que se
pudiera escribir podría ser, al menos, dentro de un mes o dos.
Con el tiempo
nos fuimos reconociendo tras la separación. Encontramos puntos comunes en libros
y películas. Por él conocí a Hesse, vi la sociedad de los poetas muertos y el
ciudadano Kane, y encontré en el cine una manera de expresarme. Me enseñó a
aprovechar el día… y a tomar el camino menos transitado. Tan sólo
tenía que decirle que lo necesitaba para que me trajera a Lima por el fin de
semana. A hablar… a escucharme. A contarme historias de su infancia y de sus
logros, de viceministro, de diputado… y de tantos otros.
(Me
enseñaste a contar historias. Viejo… te extraño.)
Siempre fuimos buenos para llorar. Compartimos llantos por cosas importantes y por otras que no lo eran tanto. Y me enseñó a no avergonzarme de hacerlo. Nos enseñamos también a abrazarnos muy fuerte la primera y la última vez que nos veíamos en un viaje, y acuñamos la frase “Un abrazo de aquellos”. Todo porque al encontrarnos y despedirnos llorábamos y no nos salían palabras. Y así firmamos siempre nuestras misivas… con un abrazo de aquellos.
El pasado 4 de julio, en el entretiempo de la final de la copa américa me llamaron mis hermanos para comunicarme de la muerte del Papo, del Pá, del Viejo. Acá dejo el balbuceo que intenta describir nuestros momentos, esos abrazos.
Hoy día me pregunto si hay
WiFi en el cielo,
me lo pregunto solo,
me lo pregunto de la manera
que uno se pregunta las cosas de respuestas enigmáticas,
de respuestas alocadas.
Hoy quiero creer, viejo
querido, que podrás leer estas palabras.
Quiero leer después tus
comentarios.
Quiero escucharlos.
Quiero saber, con el alma,
que aún estamos conectados.
Quiero saber que nuestra
historia seguirá siendo contada,
por ti o por mi…
o por el que quiera darle
algunos minutos a la magia de intentar ser nosotros,
al saludarnos y despedirnos…
al encontrarnos.
La nuestra es una historia
de abrazos,
de aquellos que reemplazan
las palabras,
de esos que son simultáneos
a las lágrimas,
a los nudos en la garganta,
cuando nada puede ser
dicho,
cuando los brazos nos
enseñan el camino,
apretado,
comunicado.
Viejo querido,
como te decía en las
cartas.
Tú que me enseñaste a
llorar como hombre grande,
a amar a mis hijos como
niño chico,
a tomar el camino menos
transitado,
a buscar en él a un signado.
Viejo, Tú, Viejo,
que confiaste en mi inexperta
pluma de infancia,
sin preguntas ni
cuestionamientos,
mostrándome como atesorar los
recuerdos en globos de nieve,
en hojas cuadriculadas…
…incitándome a proyectarlos
luego en una pantalla grande.
Querido viejo,
Como se te extraña….
¿Cómo se te extraña?
Se te extraña…
Más que los últimos 20 años.
Simplemente desde el fondo.
Como se extraña lo que ya
no se tiene,
lo que ya no se abraza.
Viejo, quiero darte otro
abrazo,
un abrazo de aquellos.
de aquellos que no volverán
entre nosotros
pero que espero perpetuar
con mis pequeños.
Quiero volver a
firmar una carta con esas palabras,
Y deseo que respondas a la
misiva.
Con un par de líneas…
Con un par de abrazos.
Viejo querido, espero que
tengas WiFi en el cielo,
para volver a leer de Cyrano,
de sus aventuras,
de sus árboles y de sus
perros,
de los tres amigos del
teatro.
De escoba, de bacín, de
trapo.
Viejo, aprovecha de pedirle
al Jefazo que suba el ancho de banda.
Dile que se viene tu corto,
dile que pronto estará
terminado.
dile que de vez en cuando
deje en mis sueños la imagen de tu temblorosa sonrisa
de tus amables relatos.
de tu estirpe de cuenta
cuentos,
y de aquellos que, por
herencia, no he hurtado.
Si, me llevo tus cuentos.
Me llevo pedazos de las
historias que contabas,
y que cada día ibas
cambiando,
levemente,
perfeccionando.
levemente,
perfeccionando.
Me llevo la tarea de seguirlas contando.
Me llevo también tu biblia.
la primera que leí,
la misma que te acompañaba,
la que tienes con páginas
marcadas.
Viejo, acompáñame cuando
cuente nuestra historia.
Esa que inicia entre
muñecos bailarines y pequeños ratones parlantes,
esa que terminará en el mar
cuando una canción vuelva a
decirle al mundo que hiciste todo a tu manera…
pagando el precio,
asumiendo el costo.
pagando el precio,
asumiendo el costo.
Papo, se me acaban las estrofas,
se acercan los puntos finales,
y con ellos la hora de aprender.
Aprender a vivir midiendo la distancia entre tú y yo de manera distinta,
aprender que ya no podré recibirte en mi casa de vacaciones,
que ya no me llamarás por teléfono a decirme algo que no pueda entender…
ya sea por el parkinson o por las lágrimas.
Pero aprenderé…
eso es otra cosa que ahora vas a enseñarme.