martes, 21 de julio de 2015

Viejo querido, conéctate.

Hace más de 20 años que no vivía con mi viejo. De ellos, los hubo de muchos colores y sabores. Hubo años buenos y malos, hubo discusiones y muchísimos encuentros. Pero lejos, lo que más hubo fue la historia maravillosa que juntos construimos. Vivir esa historia fue increíble, desde esos tiempos en que para comunicarnos escribíamos largas cartas que mandábamos con quien viajara de Santiago a Lima. Por esos días uno se contaba de todo. Se sabía que la próxima vez en que se pudiera escribir podría ser, al menos, dentro de un mes o dos. 

Con el tiempo nos fuimos reconociendo tras la separación. Encontramos puntos comunes en libros y películas. Por él conocí a Hesse, vi la sociedad de los poetas muertos y el ciudadano Kane, y encontré en el cine una manera de expresarme. Me enseñó a aprovechar el día… y a tomar el camino menos transitado. Tan sólo tenía que decirle que lo necesitaba para que me trajera a Lima por el fin de semana. A hablar… a escucharme. A contarme historias de su infancia y de sus logros, de viceministro, de diputado… y de tantos otros.

(Me enseñaste a contar historias. Viejo… te extraño.)

Siempre fuimos buenos para llorar. Compartimos llantos por cosas importantes y por otras que no lo eran tanto. Y me enseñó a no avergonzarme de hacerlo. Nos enseñamos también a abrazarnos muy fuerte la primera y la última vez que nos veíamos en un viaje, y acuñamos la frase “Un abrazo de aquellos”. Todo porque al encontrarnos y despedirnos llorábamos y no nos salían palabras. Y así firmamos siempre nuestras misivas… con un abrazo de aquellos. 


El pasado 4 de julio, en el entretiempo de la final de la copa américa me llamaron mis hermanos para comunicarme de la muerte del Papo, del Pá, del Viejo. Acá dejo el balbuceo que intenta describir nuestros momentos, esos abrazos.

Hoy día me pregunto si hay WiFi en el cielo,
me lo pregunto solo,
me lo pregunto de la manera que uno se pregunta las cosas de respuestas enigmáticas,
de respuestas alocadas.

Hoy quiero creer, viejo querido, que podrás leer estas palabras.
Quiero leer después tus comentarios.
Quiero escucharlos.
Quiero saber, con el alma, que aún estamos conectados.

Quiero saber que nuestra historia seguirá siendo contada,
por ti o por mi…
o por el que quiera darle algunos minutos a la magia de intentar ser nosotros,
al saludarnos y despedirnos… al encontrarnos.

La nuestra es una historia de abrazos,
de aquellos que reemplazan las palabras,
de esos que son simultáneos a las lágrimas,
a los nudos en la garganta,
cuando nada puede ser dicho,
cuando los brazos nos enseñan el camino,
apretado,
comunicado.

Viejo querido,
como te decía en las cartas.
Tú que me enseñaste a llorar como hombre grande,
a amar a mis hijos como niño chico,
a tomar el camino menos transitado,
a buscar en él a un signado.

Viejo, Tú, Viejo,
que confiaste en mi inexperta pluma de infancia,
sin preguntas ni cuestionamientos,
mostrándome como atesorar los recuerdos en globos de nieve,
en hojas cuadriculadas…
…incitándome a proyectarlos luego en una pantalla grande.

Querido viejo,
Como se te extraña….
¿Cómo se te extraña?
Se te extraña…
Más que los últimos 20 años.
Simplemente desde el fondo.
Como se extraña lo que ya no se tiene,
lo que ya no se abraza.

Viejo, quiero darte otro abrazo,
un abrazo de aquellos.
de aquellos que no volverán entre nosotros
pero que espero perpetuar con mis pequeños.

Quiero volver a firmar una carta con esas palabras,
Y deseo que respondas a la misiva.
Con un par de líneas…
Con un par de abrazos.

Viejo querido, espero que tengas WiFi en el cielo,
para volver a leer de Cyrano,
de sus aventuras,
de sus árboles y de sus perros,
de los tres amigos del teatro.
De escoba, de bacín, de trapo.

Viejo, aprovecha de pedirle al Jefazo que suba el ancho de banda.
Dile que se viene tu corto,
dile que pronto estará terminado.
dile que de vez en cuando deje en mis sueños la imagen de tu temblorosa sonrisa
de tus amables relatos.
de tu estirpe de cuenta cuentos,
y de aquellos que, por herencia, no he hurtado.

Si, me llevo tus cuentos.
Me llevo pedazos de las historias que contabas,
y que cada día ibas cambiando, 
levemente, 
perfeccionando.
Me llevo la tarea de seguirlas contando.

Me llevo también tu biblia.
la primera que leí,
la misma que te acompañaba,
la que tienes con páginas marcadas.

Viejo, acompáñame cuando cuente nuestra historia.
Esa que inicia entre muñecos bailarines y pequeños ratones parlantes,
esa que terminará en el mar
cuando una canción vuelva a decirle al mundo que hiciste todo a tu manera…
pagando el precio,
asumiendo el costo.

Papo, se me acaban las estrofas,
se acercan los puntos finales,
y con ellos la hora de aprender.
Aprender a vivir midiendo la distancia entre tú y yo de manera distinta,
aprender que ya no podré recibirte en mi casa de vacaciones,
que ya no me llamarás por teléfono a decirme algo que no pueda entender…
ya sea por el parkinson o por las lágrimas.
Pero aprenderé…
eso es otra cosa que ahora vas a enseñarme.